20 oct 2010

PRESOCRÁTICOS (VII): Heráclito de Éfeso


Heráclito, apodado en vida como “el Oscuro” (debido a lo enigmático de su filosofía) nació y vivió en Éfeso hacia finales del siglo VI y principios del V a. C. (Apolodoro colocaría sus años de esplendor entre el 504 y el 501 a. C.). Era miembro de una vieja familia aristocrática, aunque renunció a todos sus bienes y derechos para retirarse a vivir en soledad. Este gusto por la soledad unido a su misantropía (parece ser que era bastante uraño) le llevó a mantener unas malas relaciones con sus conciudadanos En alguna ocasión se expresó con desprecio hacia ellos, así como hacia algunos personajes generalmente muy respetados en la época:

“El conocimiento de muchas cosas no enseña a tener inteligencia pues, de ser así, hubiera enseñado a Hesiodo, a Pitágoras y hasta a Jenófanes y Hecateo.”

El estilo de los fragmentos que conservamos de la obra de Heráclito no guarda parecido con ninguno de los estilos empleados por otros filósofos grie­gos. Heráclito es el creador de un nuevo estilo filosófico enormemente eficaz por lo incisivo y por la potencia lapidaria de su formulación: los aforismos (los aforismos son sentencias cortas que definen o explican una cuestión de forma clara y concisa dejándola, supuestamente, cerrada y aclarada. Es, para que nos entendamos, una forma de escribir que "no se anda por las ramas"). Es verdad que no conservamos ningún trozo extenso de su obra, pero lo rotundo de las frases que nos han llegado hace pensar que no es casualidad que no dispongamos de ningún fragmento de discurso de una cierta extensión. Podemos encontrar un antecedente del estilo heracliteo en las enigmáticas sentencias que legaron los Siete Sabios; pero mientras que tales sentencias se presentan como reglas de vida, los aforismos de Heráclito pretenden mostrar una verdad teórica cuyo conocimiento renovará la vida de los hombres. Hay por tanto en Heráclito un interés filosófico por el Cosmos y su verdad que le distancia de los Siete Sabios al tiempo que le aproxima a los milesios; sin embargo, ese interés por el Cosmos remite en último término a una preocupación por lo específicamente humano, que resulta novedosa en el ámbito de la filosofía. El pensamiento de Heráclito es, en su fundamento, un pensamiento ético; lo que ocurre es que para él, la ley que gobierna el actuar humano es la misma que la que rige el aconte­cer cósmico: por eso su doctrina es también una cosmología (microcosmos y macrocosmos comparten las leyes que fundamentan su funcionamiento). Cualquier enseñanza de Heráclito, además de en su sentido primario e inmediato, hay que interpretar­la como siendo aplicable a los tres niveles de realidad: el individuo, la polis y el Cosmos.

Veámoslas por separado dividiendo su pensamiento en dos grandes grupos:

La cosmología: Para llegar a comprender la verdadera dimensión de la cosmología de Heráclito es necesario desprenderse de los errores de interpretación en los que incurrieron tanto Platón como Aristóteles, y que han contribuido a formar una imagen distorsionada del pensamiento del filósofo efesio. Desde el punto de vista platónico y aristotélico Heráclito era, junto a los milesios, uno más de los filósofos de la naturaleza, cuya principal novedad consistía en proponer el fuego, en lugar del agua o el aire, como principio generador de la naturaleza. El segundo elemento de esta caracterización consistía en presentarlo como contrapunto del pensamiento de Parménides. Heráclito sería así el filósofo que patrocina la idea del cambio perpetuo de toda la realidad sin que nada perma­nezca; frente a esto, Parménides (como veremos más adelante) negará la existencia de todo cambio, afirmando el carácter esencialmente estático de la realidad. Es decir: Heráclito “filósofo del movimiento y el cambio” vs ParNegritaménides “filósofo de lo estático”.
Ciertamente Heráclito va a concebir a la physis (Naturaleza) como sujeta a un continuo cambio. En esto no hace más que continuar la tradición de sus predecesores los milesios. Además, el cambio continuo se explica recurriendo a los opuestos, como en Anaximandro o los pitagóricos. Lo novedoso de Heráclito consiste en estable­cer la lucha, guerra o conflagración como forma de relacionarse los opuestos y no en una relación basada en la unión armónica como propugnaban los pitagóricos:


"Conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y que la justicia es discordia y que todas las cosas sobreviven por la discordia y la necesidad.''

Detengámonos en esto un segundo: Donde Anaximandro hablaba de justicia (diké) o retribución como principio que aplicaba el apeirón para armonizar la existencia de los contrarios o donde los pitagóricos hablaban de una armonía constante en el cosmos que hacía prevalecer el orden de todo lo existente (de todos los contrarios), Heráclito nos va a hablar de una situación “no pacífica” del Cosmos, sino “bélica”, de eterna lucha entre los contrarios que en él existen.

De todos modos, en contra de lo que pensaban Platón o Aristóteles, el cambio del que habla Heráclito no afecta a la realidad en su totalidad. Si así fuera, la propia realidad sería ininteligible e irracional y ya que todo estaría en constante cambio no nos sería posible conocer nada jamás. Debe haber algo que permanezca inmutable, algo que sobreviva al constante devenir, al constante cambio, para garantizar el orden y la raciona­lidad de lo real. Según Heráclito, eso que permanece más allá de todo cambio es el Logos: "Tras haber oído al Logos y no a mi, es sabio convenir en que todas las cosas son una". El Logos no es por tanto la razón humana, sino que es la ley que gobierna todo el universo.

(Nota: Es importante aquí entender que no hablamos del logos en el sentido en el que hablábamos al comentar "el paso del mito al logos", entendiendo como logos la razón en contraposición de la creencia mágica que va asociada con el mito, sino que para Heráclito el Logos, con mayúscula, es el principio que permanece inmutable al cambio constante de la realidad y es de hecho aquel que regula este cambio o devenir constante)

En algunos pasajes, el papel de gobernador de la physis (Logos) se le asigna al fuego:

"Este cosmos no lo hizo ningún dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno, que se enciende según medida y se extingue según medida."

"Todas las cosas se cambian recíprocamente con el fuego y el fuego, a su vez, con todas las cosas, como las mercancías con el oro y el oro con las mercancías."

Esto nos lleva a pensar que probablemente Heráclito con los conceptos de "Logos" y "Fuego" se refería a lo mismo y que empleaba uno u otro concepto dependiendo del contexto y del aspecto de su doctrina que desease resaltar. Siendo esto así, no es posible interpretar al fuego como un arché al mismo nivel que el agua de Tales o el aire de Anaxímenes. El fuego no es un principio material que al transformarse va generando toda la realidad, sino un “gobernador” de la lucha de opuestos, que garantiza la unidad y la racionalidad de la physis. En realidad no es tan difícil de comprender lo que está diciendo Heráclito: hay cambio, guerra, constante lucha, enterno devenir, sí, pero los opuestos son como las dos caras de una misma moneda que siempre se dan como una unidad. La moneda es una unidad aunque tenga dos caras y a través del conocimiento del Logos (o Fuego) lo que podemos llegar a comprender es que ese es el tipo de unidad que se da en los opuestos (calor-frío, seco-húmedo, bien-mal... siempre van ligados estos pares) y que esta es la verdadera esencia de la realidad. En este sentido su concepción se acerca a la de Anaximandro cuando este postula el papel primordial del apeirón como legislador y juez de la lucha de opuestos que se dan en su seno, aunque bien es cierto que para Anaximandro el fin del apeirón es acabar con esta lucha (acabar con las "injusticias" entre contrarios) y para Heráclito la lucha es consustacial a la realidad, se tiene que dar esa guerra de opuestos para que el Cosmos "funcione" (además, para Anaximandro toda la realidad surge del seno del apeirón como principio material, aun siendo este como es “abstracto e indefinido”, mientras que en Heráclito hemos visto que el Logos o Fuego es la "razón de ser" de la realidad, la ley que gogierna la lucha de contrarios u opuestos).

La antropología: Heráclito constituye una excepción en el seno de la filosofía presocrática debido a que, como ya hemos visto, él es un pensador cuya preocupación fundamen­tal es de origen ético. Por tanto, cuando Heráclito llega a la idea del continuo devenir, lo que pretende prioritariamente es configurar la acción humana; y cuando propone el Logos como gobernador de ese cambio permanente, lo hace consi­derándolo sobre todo como ley que regula el actuar humano. Parménides por el contrario, llega al Ser y a la negación de todo cambio tratando de describir únicamente el principio del cosmos en su pureza. Así que podemos concluir que ambos filósofos se mueven en planos diferentes y por ello sus doctrinas, en contra de lo sostenido por Platón y Aristóteles, no pueden considerarse como directamente opuestas entre sí. La presentación platónica de la doctrina de Heráclito no es falsa, lo que ocurre es que cambia la posición de los acentos de lo ético a lo ontológico y coloca a Heráclito ante una cuestión que no era la suya. Al efesio le interesaba el obrar humano y mostrar que ese obrar está sometido a la misma ley que rige el Cosmos en su totalidad. En cambio, no se preocu­paba por buscar el principio del que provienen todas las cosas (en un sentido físico o material).


Heráclito es el primer presocrático en el que podemos leer bastantes fragmentos que tienen como tema central el alma. Para Heráclito el alma posee la misma naturaleza que los astros y se encuentra esparcida por todo el cuerpo. El alma es esencialmente fuego (por ello está conectada al Logos o fuego que dirige y conduce el constante cambio) y está formada por vapores interiores y exteriores. Esto probablemente debe ser interpretado tomando en consideración la metáfora que Heráclito usa en multitud de ocasiones sobre el estar despiertos y el estar dormidos. Los vapores exteriores serían así los provenientes del día, del estar despiertos y en contacto con un mundo externo que es común a todos los humanos; por contra, los vapores interiores serán los generados en la noche, mientras soñamos un mundo que no es común, sino propio de cada individuo. De esta forma se puede establecer una conexión entre su doctrina sobre el alma y su teoría del conocimiento. En Heráclito hay una oposición entre verdad y error, pero esa oposición no se traslada a aquella otra presente en autores posteriores entre razón y sentidos, sino a la oposición entre lo común y lo individual: la verdad sería el conocimiento que se produce en el cosmos común en el que nos hallamos mientras estamos despiertos; el error residiría en ese cosmos individual que soñamos cada uno. Aquí vemos también la conexión que hay entre Cosmos, polis e individuo: Como hemos dicho numerosas veces ya el Logos que gobierna el Cosmos es también el que gobierna la acción humana y, como acabamos de ver, dicho Logos se manifiesta en la acción humana común, aquella que se da en el colectivo formado por los seres humanos y no en la individualidad. Queda así manifestada la importancia del colectivo social (que se da en la ciudad o polis) frente a la persona individual.

Para concluir habrá que recordar que en Heráclito se da una indistinción básica entre el hombre y el Cosmos, y que por tanto, la división practicada en esta exposición entre una cosmología y una antropología heraclitea es completa­mente artificial. En Heráclito el Cosmos se impregna de un sentido ético y el actuar humano se ordena conforme a leyes cosmológicas. Por tanto, recapitulando, el Logos que gobierna a todo el universo es el mismo Logos que es la razón común que ordena el actuar humano y que se transforma en ley que rige los designios de la polis.


Algunas anécdotas de Heráclito:

Heráclito “el anti-intelectual”: Como se dijo al principio de la entrada, Heráclito atacó a autores de renombre como Pitágoras, Hesíodo o Jenófanes al decir que si el conocimiento de muchas cosas (la sabiduría) hubiese dado lugar a hombres inteligentes, estos que nombramos lo hubiesen sido (insinuando con ello que no lo eran). Lo que hace Heráclito es colocar la inteligencia, la razón o logos en un lugar distinto a la acumulación de conocimientos mundanos y vulgares. La verdadera sabiduría, la captación del logos es algo que, a ojos de Heráclito, solo está al alcance de mentes despiertas y estas rara vez se dan en los seres humanos. “El aprender muchas cosas no instruye la mente” es una sentencia del propio Heráclito que ilustra muy bien esta cuestión y que recuerda mucho a la idea que muchos siglos después sostendrá Montaigne con su idea de la “ignorancia doctoral” y su afirmación de que las Universidades estaban llenas de auténticos inútiles intelectuales.

Heráclito “el autodidacta”: Cuenta Diógenes Laercio que Heráclito fue admirado desde niño y que a muy temprana edad el mismo informó, como más tarde haría Sócrates, de que no sabía nada. Tiempo después su modestia desaparecería para siempre y afirmaría que “lo sabía todo” y que además tal conocimiento absoluto lo había alcanzado única y exclusivamente por sí mismo.

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