19 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (VI): Recapitulación + Retórica


Resumiendo lo visto hasta ahora:

- Los sofistas son pensadores itinerantes profesionales que se ganaban la vida impartiendo clases de Filosofía. Tenían plena confianza en que a través del aprendizaje se puede alcanzar la virtud y la excelencia y que estas no eran exclusivas de ciertos privilegiados que las poseían de forma natural desde su nacimiento.

- Estos filósofos no creían en la existencia de una “Verdad” absoluta (escepticismo), sino que sostenían que cada opinión es inconmensurable y válida para aquel que la sostiene, resultando que entre dos opiniones enfrentadas no existe la manera objetiva de determinar cuál es la más acertada (relativismo).

- Si aplicamos el aspecto anterior al ámbito de la ética y la política entenderemos que: Si no hay manera de determinar la “Verdad” absoluta sobre nada, en consecuencia, tampoco podremos determinar en qué consiste el “Bien” de forma universal ni alcanzar socialmente las “Leyes” perfectas que se rijan en base a ese “Bien” (oposición de las “leyes humanas”, nomos, que son arbitrarias, convencionales, subjetivas… con respecto a las “leyes de la Naturaleza”, physis, que son necesarias, fijas, objetivas…) . El “bien” es lo que cada cual considera que es el “bien” y las “leyes” se hacen en base a esas percepciones subjetivas. Por lo tanto, todas las leyes humanas son puras convenciones, acuerdos entre hombres (gobernantes) que en algún momento han determinado qué es el “bien”, solo que estos acuerdos se han hecho en base a las opiniones meramente subjetivas de tales hombres y, por tanto, no se sustentan bajo una “Verdad” perfecta e inmutable. Si las “leyes” van en contra de mi propia naturaleza, entonces el individuo no está moralmente obligado a cumplirlas, puesto que estas no están respaldadas más que por el interés de otros hombres que tienen una percepción de lo que es el “bien” tan subjetiva como la de ese individuo particular que se vería perjudicado por ellas.

- Así pues, y como ya se ha comentado con anterioridad, los sofistas no creían en una educación de tipo teórica que orientase a los discípulos en la búsqueda de la “Verdad”(puesto que no creían en la misma), sino que sus enseñanzas eran de tipo práctico y dado que no hay manera de demostrar que “mi verdad” es la “Verdad” objetiva, de lo que se tratará es de hacer ver a los demás que “mi verdad” sí es la “Verdad” o, al menos, la mejor opción posible. De esta forma lo que conseguiremos es guiar los hechos hacia donde nos interesa para así salir beneficiados. Recordemos que en esto consiste la virtud para el sofista: en el “éxito” social (y, por ende, individual), en la capacidad de convencer a los demás de que lo mejor para mí mismo es en realidad lo mejor para la sociedad.

Ahora bien ¿Cuál es la herramienta que utilizan los sofistas para enseñarnos a hacer ver a los demás “nuestra verdad” particular como la “Verdad” universal? Es decir, si los sofistas creían que la virtud consistía demostrar a los demás en cada momento que tenemos razón al sostener lo que sostenemos ¿Qué enseñaban ellos para alcanzar dicha virtud? La respuesta es: la retórica.


La retórica era el principal objeto de enseñanza sofista. Los sofistas la definían como el arte de la persuasión, la capacidad de convertir la causa más débil, en la causa más fuerte, y en exponer como verosímil lo más inverosímil. Después de haber destruido la creencia en una verdad objetiva y de haber renunciado a la ciencia interesada en obtener la misma, el objetivo de la educación sofista pasa a ser la enseñanza de una habilidad formal, la cual no tiene base científica ni peso moral, pero sirve para conseguir aquello que se desea y, con ello, “salirnos con la nuestra”.

El principe troyano, Paris, seduce a la bella Helena de Esparta mediante el poder de las palabras. A este mito recurre el propio Gorgias en el "Encomio a Helena" para demostrar el poder persuasivo del lenguaje, capaz de conducir al amor si es utilizado correctamente.

Alguien con habilidad retórica se podía presentar a la Asamblea popular ateniense y exponer con coherencia aquello que quisiese exponer, que no por casualidad iba acorde con sus intereses personales, convenciendo a la audiencia de que lo expuesto es lo mejor para la polis. De esa manera, su opinión, tan válida a priori como la de cualquier otro, podía pasar por encima de las demás, destacando e imponiéndose a las mismas, con el beneficio que de ello se puede derivar para ese individuo. Consecuencia de todo esto: éxito social y beneficios personales que harán de ese sujeto, un individuo próspero y feliz.

Esto para los sofistas no suponía una forma de manipulación. Manipulación hubiese sido mentir deliberadamente conociendo la verdad, pero como hemos repetido hasta la saciedad, para el sofista no existe tal “Verdad” y, por tanto, que entre opiniones igualmente válidas yo trate de hacer prevalecer la mía no constituye ningún “pecado” o mala acción, sino un acto de inteligencia y derroche de virtud.

Y esto es precisamente lo que hará que sofistas y Sócrates se lleven como el perro y el gato…

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